Hay hombres de todos los estamentos, de todos los colores y para
todos los gustos. De todas las estaturas, de todos los calibres,
de todas las caras, caras duras y caretas. Mi madre siempre dijo
que nunca faltaba un tiesto para una maceta. Y un día yo me puse
a pensar en los hombres y escribí lo que pensaba. Me salió esto.
Hay hombres increíblemente inteligentes y los hay
inteligentemente idiotas. Los hay indulgentemente sabios,
infaliblemente estúpidos, infantilmente crédulos,
intrínsecamente niños, incautamente adultos, impotentemente
musculosos. Y los hay Gilipollas.
Hay hombres indecentemente guapos, cándidamente precavidos,
estúpidamente delicados y delicadamente presuntuosos;
presuntamente inocentes, descaradamente culpables, perfectamente
hombres, perfectos impresentables, perfeccionistas del estilo y
del lenguaje, de la pose y la postura. Y los hay Gilipollas.
Hay hombres capaces, incapaces, capataces, capones, camicaces,
copistas y copiadores, carajotes, caraduras, copiados y
contrahechos, clásicos, cavernícolas, civilizados, clasificados,
conglomerados, celosos, cercanos, cariñosos, cegatos, cojos,
cojonudos, conquistados, criminales, concluyentemente hombres. Y
los hay Gilipollas.
Hay hombres insoportablemente machos, infinitamente imbéciles,
indiscutiblemente seductores, ineludiblemente permisivos,
irreflexivamente locos, inútilmente hombres, irremediablemente
hombres. Y los hay…Eso
Hay hombres perfectos conocedores del terreno que no pisan,
perfectos jeques domadores de jacas que se dejan domar en los
harenes, perfectos conductores de autobuses, perfectos
recepcionistas de hoteles, perfectos preceptores de niñas
descarriadas, perfectas personas pésimas, perfectos ejemplos de
conductas irrepetibles, y perfectos individuos gilipollas.
Hay hombres imperfectos en sus hogares y perfectos en los
duplex que les pusieron a sus amantes; los hay imperfectos
padres de hijas y perfectos padres de hijos, machotes, educados
como él en el fondo de la cuadra. Los hay perfectos
trabajadores asalariados e imperfectos capataces de cuadrilla.
Los hay tiranos para sus subordinados y los que nunca se quejan
cuando los subordinan los tiranos. En este apartado los hay en
todos los tamaños, modelos y medidas; y en los grandes almacenes
podemos encontrarlos en sistemas estandarizados que cumplen
perfectamente bien con su papel de Gili-gobernados.
Hay hombres que creen serlo, y sólo tienen la forma, y otros,
por el contrario, que lo son y no lo discuten y nunca lo han
puesto en duda. Hay algunos que ignoran de lo que son capaces y
otros que se creen capaces de todo mientras que no haya que
demostrarlo. La mayoría desconoce esta propiedad, pero el que
sabe cuál es su papel en la comedia, será capaz de abandonar la
obra en plena representación para no admitir públicamente, ni en
broma, que solo es un actor… Gilipollas.
Hay hombres rudos, forzudos, geométricos, perdidos,
recuperables, simples, llanos, lujuriosos, indecentes y
decentes, mohosos y barnizados, irracionales, malvados,
trágicos, desprevenidos, barbudos, desocupados, trabajadores y
vagos, mediocres y chapuceros, macizos y abigarrados; salpicados
de recato, pudorosos y castizos; inocentes descarados,
escabrosos, desiguales, dilatados; tentáculos excelentes,
plebeyos adinerados, financieros indigentes, ladrones
descamisados, fornicadores beatos, desplumados indecentes. Y los
hay como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando…gilipolleces.
Hay hombres rubios, cobrizos, amarillos o morenos, cara redonda
o cuadrada, mentón ancho, frente amplia, pelo lacio, ojos
oblicuos, encefalograma plano, miras cortas, pasos largos,
zancadas de pelicano; y en conjunto, el aspecto más rotundo y
contundente, el jefe del pelotón, el rey de la gran camada y el
hechicero en la tribu: un producto nacional, reciclable y
duradero . Como el jamón, más o menos, pero antes de estar
curado y antes de ser jamón.
Hay hombres que no son hombres más que en su forma exterior, y
con eso se conforman y lo dan por todo hecho. Esos son los
gilipollas a los que yo me refiero sin ánimo de ofender. Al
resto los dejo en paz. Es más, los adoro, los seduzco, los
deseo, los añoro, los amo; me estimulan, soliviantan, me
inyectan algo, no sé, que me deja como nueva. Me convierto en
nebulosa, en un confuso organismo que pierde su rebeldía, su
paz, su miedo y su sueño, mientras que no sean mi dueño, ni mi
guerra ni la cuerda con que aten mi gesto de libertad.
Al
hombre que me refiero, al que le doy sin honores título de
Gilipollas, es muy fácil descubrirlo a simple vista.
A
este hombre que yo digo hay que verlo muy despacio, acercarse
lentamente y hallarlo desprevenido, cuando sin previo aviso, de
puntillas, te asomes muy despacito a la intimidad de su cara más
oscura. Allí no verás la luna si es eso lo que has creído. Allí
tan solo verás a un hombre sobre el estribo de algún sueño que
se acaba, un forofo de su equipo, un “gilipollas” de nada y en
calzoncillos, cosiéndose las costuras de algún roto en el forro
de un bolsillo. Una patética estampa. Al que reúna estos
perfiles es el hombre al que le doy sin honores título de
gilipollas. Y para él es el puesto.
Y
sin nada más, he dicho.